Una de las leyendas que ha formado parte durante décadas del mundo de la música es la del «Club 27», un grupo de artistas todos fallecidos a los 27 años y que, de una manera u otra, han cambiado la historia y se han convertido en iconos de la cultura popular. Hace 30 años, el 5 de abril de 1994, justo a los 27 años, Kurt Cobain, líder y voz de Nirvana, se suicidaba con un disparo de escopeta. Autor de uno de los álbumes de rock más importantes de la historia («Nevermind», 1991), Cobain se convirtió en un icono a su pesar, transformándose en la voz de una generación perdida que quería contar todo su descontento y dolor.
En nombre del grunge, Cobain con sus inquietudes, adicciones y sufrimientos fue la última verdadera revolución del rock y representante de la generación X. Para aquellos que crecieron en esos años, la muerte de Cobain marcó «el fin de la música» y el ocaso de esas ideas y sentimientos que el líder de Nirvana había logrado llevar dentro de su música. Rostro pálido, cabello rubio que constantemente cubría su rostro, zapatillas de deporte y una mirada ausente y perdida en el vacío, Cobain se convirtió en un punto de referencia para una generación que percibía, sufría y vivía el mismo desorientación, falta de confianza en el futuro y, más en general, de la vida.
En la carta de despedida encontrada junto a su cuerpo, Cobain escribía «a veces me siento como si tuviera que fichar cada vez que subo al escenario» en un mensaje casi apocalíptico que demostraba un progresivo vaciamiento del interés que muchos artistas tienen hacia su propio trabajo. Lo de Nirvana fue, probablemente, la última verdadera revolución musical que se ha hecho realmente representativa de una situación social en la cuerda floja y de un descontento interior experimentado por muchos jóvenes.
Kurt Cobain se disparó en la cabeza en su casa en 171 Lake Washington Boulevard en East Seattle, destruido por las adicciones y la depresión. Y fue precisamente esto lo que lo convirtió en un verdadero ídolo de la música, una figura que ha superado su propio tiempo y su propio papel convirtiéndose en el símbolo de una época y bandera de la generación X.