Acaba de llegar a la iglesia de Santa Maria della Salute en Matedei en Nápoles el féretro de Vincenzo Garzillo, la última víctima encontrada en el lago de Suviana tras la explosión de la central hidroeléctrica. Sobre el ataúd el casco con gafas protectoras que Garzillo solía llevar. Presentes la bandera del Ayuntamiento de Nápoles, varios excolegas de la víctima en traje de trabajo y los familiares del técnico. Desde los altavoces, las notas de la canción «Aleluya».
«Cada víctima en los lugares de trabajo es un escándalo, no podemos acostumbrarnos a que el trabajo, que es fuente de vida, conduzca a la muerte. Es necesario el tiempo de la responsabilidad y de la seguridad, que no es un costo». Así lo dijo el arzobispo de Nápoles, don Mimmo Battaglia, en la homilía de los funerales de Garzillo.
«El trabajo - dijo don Battaglia - es vida, es dignidad, estas muertes nos conciernen a todos, son necesarias medidas concretas, comprometámonos para que se esclarezca la masacre. Debemos cambiar para mejorar el presente del mundo laboral para crear un futuro diferente. Las llaman muertes blancas, pero no son blancas porque manchan las conciencias. No puede haber justicia sin trabajo como no puede haber trabajo sin justicia. La seguridad es un deber no un costo».
Antes de don Battaglia, tomó la palabra la hija de Garzillo, Fara. «Si solo lo hubiera sabido - dijo - te habría dado un último abrazo. Eras nuestro capitán, nuestra guía, nuestro faro, nuestro consejero, nuestro pilar. Desempeñaste tu gran pasión, el trabajo, siempre con amor y profesionalidad».